Por Diana Carolina Alfonso
En las pupilas de Noemí Pereira
Perú es el
tercer país con las cifras más altas de violencia sexual, doméstica y de
género. Según la
Organización Mundial de la Salud (OMS), de los 31 millones de
habitantes en el Perú, cerca de 800 mujeres fallecieron a manos de sus parejas en
los últimos años. Las causas más comunes fueron por estrangulamiento, golpizas
o asfixia. Entre 2009 y 2015, 795 mujeres fueron víctimas de femicidio,
ante la impotencia de sus familias que clamaban por distintos medios justicia
para sus casos.
La punta del iceberg salió a flote tras viralizarse por los medios el vídeo de un hombre desnudo que arrastró por el suelo a Cindy Contreras en un hotel mientras intentaba violarla. En libertad el agresor ha incurrido en otro caso de violencia de género, esta vez contra su actual pareja. Otro caso de tamaño impacto en los medios de comunicación como las atrocidades sufridas por la ex-bailarina Lady Guillén, desfigurada a golpes por su pareja. Ambas situaciones fueron silenciadas por la justicia peruana tal como ocurrió con las más de 200.000 mujeres esterilizadas a la fuerza por mandato del ex-presidente Fujimori, la mayoría indígenas, entre 1996 y 2000, de las cuales 18 murieron.
Noemí es una joven estudiante
peruana que reside en Buenos Aires. Aprovechando las vacaciones de
invierno viajó a su país para participar el 13 de agosto de un gran despertar: la marcha Ni Una
Menos. A continuación compartimos su visión de lo ocurrido en un video de su
autoría.
La campaña, como un grito colectivo
contra la violencia machista, se ha venido extendiendo por toda Nuestra América
cual bocanada de fuego. No sólo instala en la agenda pública un reclamo
histórico que impele a abrir los ojos, a estar atentas y a plantarle cara al
femicidio, también genera una conciencia que se materializa en la toma masiva
de las calles, las plazas, los congresos, los pueblos y caseríos. Una
ritualidad imposible de medir, cuantificar o calificar bajo los parámetros de
la moral moderna. El pudor y el menoscabo de nuestras corporeidades salen de
escena para dar paso a una algarabía de cuerpos multiformes, un abanico sin fin
de colores y consignas, cuerpos que se interpelan exigiendo no ser coartados ni
por el Estado, ni por el capitalismo, ni por el patriarcado.
Como Noemí, muchas mujeres
residentes en este país hemos recibido con coraje una manifestación de rebeldía
que demarca un cambio civilizatorio por el cual el dominio del modelo masculino
de vida social está siendo fuertemente cuestionado. No es de extrañar que en el
encuentro de mujeres que se realiza anualmente –único en el mundo dada la
capacidad de convocatoria-, nos encontremos con testimonios llenos de alegría plasmados
en el acento de venezolanas, colombianas, brasileras, chilenas, compañeras,
ante todo, que retornan a sus contextos con cuestionamientos, tácticas y
estrategias para afrontar un cambio urgente: la
valorización de los modos femeninos de ser, estar y construir en el mundo.
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